Pregón 2.012

 

 

Pregón de la Semana Santa 2.012 a cargo de:

D. Julián López - Brea Justo.

Licenciado en Derecho.

Cronista Oficial de la Villa de Quintanar de la Orden entre 2.001 y 2.011.

10/03/2.012

Señor Cura Párroco y sacerdotes, señor Alcalde y miembros de la Corporación, señor Presidente de la Junta de Cofradías y componentes de la misma; Teniente de la Guardia Civil; señoras y señores; amigos todos, buenas tardes y bienvenidos.

 

Muchas gracias por vuestras palabras que considero testimonio de la amistad y el cariño que me dispensáis y muchas gracias a todos por vuestra asistencia. Mi especial gratitud desde luego a la Junta de Cofradías, por acordarse de mi humilde persona para estos menesteres, en los que tan ilustres voces me han precedido. Y me dirijo a todos vosotros como un hermano más, pues me honro pertenecer a la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno prácticamente desde mi nacimiento, y a la de nuestro Patrón el Santísimo Cristo de Gracia desde su fundación, ya que entonces tenía la condición de mayordomo.

 

Compañeros cofrades y queridos amigos:

 

Estamos a las puertas de la primavera y se percibe en el ambiente la presencia de una tradición tan arraigada tanto en Quintanar como en toda España, legado de muchas generaciones, porque la Semana Santa es tradición viva porque así lo quiere el pueblo, porque así lo queréis vosotros que con tanto entusiasmo integráis las cofradías y engrandecéis año tras año los desfiles procesionales, catequesis en la calle, arte por la plasticidad de las imágenes y la música sacra de los conciertos y las bandas que acompañan a “los pasos”, sentimiento que se resume en la frase de nuestro eslogan, “PASIÓN DE UN PUEBLO”. Un espectáculo, en suma, para los sentidos nacido de la fuerza dramática innata al temperamento español y muestra del fervor y religiosidad popular. Pero por encima de todo, ya que sin ello quedaría en puro teatro, está el sentido que con los actos litúrgicos y la representación damos a la verdad evangélica.

 

Todo ello lo voy a mezclar en esta alocución, historia, el ayer y hoy de la Semana Santa Quintanareña, y vivencias, pero desde luego, con permiso de los sacerdotes aquí presentes, quiero referirme al sentido de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, el mensaje evangélico que ello entraña, pues partiendo de la base de que los Evangelios son Teología narrativa, lo importante es el mensaje y como dice San Pablo a los Corintios “¡ay de mi si no anuncio el evangelio!”. Pablo VI decía que este tiempo de religiosidad, es decir, la llamada “popular”, también puede conducir a un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo.

 

Y es con esto último con lo que quiero empezar, es decir, con el sentido que los cristianos debemos dar a la Semana Santa. Es “LA SEMANA DE LA NUEVA CREACIÓN”, tal y como nos lo hacía saber nuestro Obispo, Don Braulio Rodríguez Plaza, en el Programa del pasado año. Se refería Don Braulio a los siete días de la Creación del Universo, relato del Génesis. Entonces el acercamiento a la voluntad de Dios era a través de la Ley (Moisés) y los Profetas, ahora lo hacemos por medio de Jesús. De un Jesús que rompe con el pasado y va a establecer una auténtica novedad, el vino nuevo de las Bodas de Caná. Vino a liberarnos de todas las ataduras que oprimen al hombre en un mensaje de libertad, amor y servicio que se escenifica sobre todo en la Última Cena, poniéndose a los pies de los discípulos. Jesús se entrega al ser humano, y su le seguimos como cristianos, no nos queda otra que ponernos al servicio de nuestros semejantes. Ese es el resumen de la llamada “Buena Nueva”.

 

Y este es el principio inspirador de la Semana Santa que culmina, tras el séptimo día, con la alegría, con el resplandor de la Resurrección, y durante la cual “nos acompaña la Virgen María, la Madre del Señor, la Madre Dolorosa”, tal y como concluía don Braulio.

 

Y es precisamente la Procesión de la Dolorosa, la que la noche del viernes, concluido el novenario, la que abre los desfiles procesionales de nuestra Semana Santa. El llanto de la Dolorosa acompañando al Crucificado, el Cristo del Perdón. Una tradición que ha cumplido ya setenta años, pues aunque esta imagen procesionó los Viernes Santo de los años 1940 y 41, la procesión del Viernes de Dolores se inicia en 1942. La traída de la imagen se debe a la iniciativa de doña Ambrosia Sierra Serrano quién recaudó los fondos necesarios para costearla y para su primera vestimenta cedió el vestido de novia de un familiar. Acogida por los padres franciscanos, preside su Altar Mayor. La “mater dolorosa” con el manto negro es una de las preferencias de la religiosidad popular, y unido a este primer acto de Semana Santa mis recuerdos en el Convento, el P. Juan Server, primer prior en este convento, el P. Florentino, modelo de hombre Franciscano y el P. Angulo, mis primeros ejercicios espirituales, mis tías Gloria y Matilde, enrollando con toda la devoción y el cariño del mundo el manto de la Virgen, el lavatorio de los pies en la tarde del Jueves Santo y año tras año, saliendo del convento la noche del viernes, La Dolorosa.

 

Pero es el Domingo de Ramos el que marca el comienzo de la Semana Santa propiamente dicha. Con la procesión de la Borriquilla, convertimos la Plaza de San Sebastián en el monte de los Olivos, la bendición de los ramos y las palmas. El comentarista del Evangelio José María Castillo nos dice “en Jesús triunfa todo lo que en el orden presente fracasa. Tal es el significado profundo de la entrada de Jesús en Jerusalén”. Pensad en el mundo en que vivimos presidido por el interés, la conveniencia y el egoísmo, y comprenderéis los puntos de razón que tiene la frase. Jesús llega sabiendo el final trágico que le espera, pero no entra en la ciudad con aires de derrotado ni tampoco como general arrogante después de la victoria. Aclamado por las gentes humildes y sencillas que le seguían, entra en Jerusalén el Jesús de la Bienaventuranzas, impartiendo la paz y alegría entre esa multitud que le vitorea, recordando la compasión con que ha sanado a enfermos y el haber compartido el alimento con los pobres. Pues bien, con ese espíritu, el de los sencillos y humildes, acompañemos en la mañana del domingo la imagen portada por los hermanos del Cristo de la Humildad.

 

Sigue nuestra Semana Santa con el Vía Crucis procesional que hoy termina en las Ermitas. Antes, las estaciones estaban marcadas en las calles con cruces de madera pintadas en negro en las fachadas encaladas, como hoy podemos apreciar en la calle Grande en la que fuera fábrica de Chocolates Josefillo, concluyendo en la Iglesia.

 

En el ayer de nuestra Semana Santa, el miércoles vuelve el protagonismo nuevamente a la plaza de San Sebastián; el Cristo de la Humildad con su gente del Toledillo, la Procesión de las “Carracas”, el traslado del Cristo desde la Ermita y, ya en la Iglesia, las tinieblas; un ruido ensordecedor de todas las carracas sonando al mismo tiempo tras apagarse la última vela, concluido el rezo, simulando el escarnio que sufrió Jesús. Hoy, el mismo escenario, nuevas gentes, mayor entusiasmo que ha dado pie a una ordenada Cofradía a realizar la representación viva de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, y a una

agrupación musical de categoría. ¡Enhorabuena!, eso es engrandecer nuestra Semana Santa. Ahí está la casta y el coraje de los quintanareños que no regatean esfuerzos para conseguir tan noble objetivo.

 

El Jueves, la procesión de los Azotes o del Escándalo, saliendo al atardecer de la Ermita de Nuestra Señora de la Piedad, tras la celebración del oficio y lavatorio. Jesús a los pies de los Apóstoles o, lo que es igual, deshecho en amor fraterno a los pies de toda la Humanidad, sin discriminación, porque ya había dejado sentado “amad a vuestros enemigos” y que “vuestro Padre del cielo hacer salir el Sol para buenos y malos, y manda la lluvia a justos en injustos”, (Mateo 5.43.48).

 

Encabeza este desfile procesional la Oración del Huerto, portada a hombros por la Cofradía de las Siete Palabras, muy repetida en la imaginería española, espléndido grupo escultórico del artista local Felipe Torres Villarejo, autor de numerosas tallas religiosas, entre otras nuestro Cristo de Gracia, el Beso de Judas y el Cristo de la Buena Muerte, todas ellas de nuestra Semana Santa, y el Cristo de los Alabarderos que procesiona el Viernes Santo saliendo del Palacio Real.

 

La Oración del Huerto es la representación de Jesús humano (“Padre mío si es posible que parte de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero sino como quieras tú. Hágase tu voluntad” (Mateo 26.36 y 42)). Jesús sabe que el mal se aproxima, pero “la victoria sobre el mismo no está en suprimirlo sino en que no te aniquile”, he oído decir en alguna ocasión. Jesús no pierde la comunicación con el Padre, la oración es una constante en su vida, la clave de la vida de Jesús, porque necesitaba, como ser humano, el verdadero encuentro con el Padre y lo hacía a solas en la naturaleza. Por eso, por su comunicación con el Padre, Jesús hablaba con autoridad dando testimonio de Dios.

 

Viernes Santo, el punto culminante de la representación. Naturalmente, para el cristiano lo transcendente es la Resurrección, pero todo el dramatismo del pueblo se concreta en el día de la expiración de Jesús, “tras siete palabras del cielo a la tierra”, como dirían los antiguos oradores sagrados. Ayer: la noche del jueves al viernes el muñidor, cofrade de Jesús Nazareno nos anunciaba con el sonido de su campanilla de plata, al igual que ahora mismo, los acontecimientos religiosos del día. Todavía noche cerrada, el sermón de los nazarenos y la sentencia y, con el misterio del amanecer, asomaba por la puerta del norte de la Iglesia Parroquial la primera imagen de la Procesión de “Los Pasos”. En el atrio, un cofrade de Jesús Nazareno pasaba el plato petitorio. Pilatos, a hombros de los comerciantes, iniciaba el desfile, y en la plaza del Ayuntamiento, “Las Caídas”, la Verónica con su pañuelo enjugando el rostro de Jesús. Tras el oficio de la tarde, toda la solemnidad en la Procesión del Silencio o del Santo Entierro. ¡Cuánto me impresionaba en mi niñez el patetismo del Cristo yacente en la urna, flanqueada por la Guardia Civil a caballo, con armas a la funerala, con las Cuatro Esquinas llenas de público viendo pasar el desfile en completo silencio! Hoy se han multiplicado las Cofradías con sus correspondientes imágenes, bandas o agrupaciones musicales. Se ha impuesto la uniformidad en las vestimentas, el orden en los desfiles y, en definitiva, se ha ganado (¡y de qué manera!) en esplendor, algo que subsiste a través de los siglos pese a las crisis sufridas en otras épocas: en los años 30 llegaron a prohibirse por la intolerancia y radicalización de la sociedad de aquélla época y en la década de los 60 languidecía por el desinterés de unos y otros. Pero el espíritu es siempre el mismo, lo esencial permanece inalterable. Llegado este punto, quiero hacer un público reconocimiento al esfuerzo de todos aquellos que nos han transmitido este legado: a las Cofradías y sus dirigentes, a aquellas personas o familias que costearon las imágenes – cuando Eduardo Gálvez trajo la Soledad, tras desembalar la imagen, manifestó: “cuando muera en esa caja quiero que me lleven al cementerio”- y en especial a ciertas personas claves en nuestra Semana Santa.

 

En primer lugar, quiero recordar a tres personas que no están entre nosotros y a los que entiendo, se debe la Semana Santa Quintanareña, tal y como hoy la conocemos, tras su impulso para crear la Junta de Cofradías. Me estoy refiriendo al que fuera nuestro párroco, Don Luis García Donas, a mi tío Juan Justo Dupuy y a mi amigo José Nieto Nuño de la Rosa. También a la estirpe de muñidores descendientes de Pedro Sierra, bisabuelo del actual, y, por último, a los que prestaban su voz a Pilatos en el momento de la sentencia, Gregorio Pérez, Felipe Chiva, el tío Cadenas, Francisco Rubio y en la actualidad Doroteo Perea. Año tras año, repitiendo: “yo Poncio Pilato, presidente de inferior de Galilea, Juez de Jerusalén en el Palacio de mi archidependencia, sentencio y condeno a muerte a Jesús, llamado por la plebe el Nazareno y de patria Galileo”.

 

Me contaba mi madre que un año, cantando la sentencia Felipe Chiva, de tal manera se metió en el personaje y le echó tanto dramatismo, que uno de los asistentes pensó que lo decía de veras y al salir le dijo: “Boca sacrílega, lengua viperina, no te da vergüenza tratar así a Nuestro Señor. Así se te mueran las cabras”, y se murieron, no por designios divinos, sino por un inmisericorde de cierzo de aquellos crudos inviernos. Al año siguiente no quería cantar la sentencia y tuvo que emplear los mejores argumentos el Cura párroco para convencerle.

 

Todo el patetismo de Jesús en la Cruz y la “mater dolorosa” en las calles de la tarde del Viernes Santo. Pero el significado de la muerte no puede quedar en la piedad o la compasión hacia un ajusticiado cruelmente. Jesús muere porque su predicación y su vida resultaban incómodas a las instituciones religiosas judías, a los sumos sacerdotes, Jesús se había convertido entre otras cosas en un peligro para el templo. Sabe de sobra que esto puede llegar a ocurrir y lo anuncia a sus amigos, pero asume el riesgo haciendo una vida acorde a su pensamiento y a sus predicas, por atender los designios del Padre, esto último es el verdadero significado de la muerte de Jesús, “la fidelidad a los designios del padre”.

 

Y tras el séptimo día, Resurrección, el triunfo de la vida sobre la muerte, el día grande para los cristianos. Y, nuevamente, los amables recuerdos de antaño de un domingo que comenzaba con disparos de salvas de las escopetas de los cazadores, la procesión del Resucitado y el encuentro con su Madre en las Cuatro Esquinas, y la tradición más festiva y folclórica de los peleles, y terminábamos comiéndonos el hornazo en el Pradillo, culminando así nuestra Semana Santa. Hoy, sin perder los acontecimientos festivos paralelos, todo el protagonismo recae en la Vigilia Pascual, la noche del sábado al domingo, tras la que tiene lugar la procesión con la participación de todas las Cofradías.

 

Teólogos y exégetas se han ocupado de interpretar la Resurrección de Jesús, a tenor del Evangelio. En mis manos, cayó un texto con el título “Al encuentro del Señor Resucitado”, al que quiero dar lectura como final de este pregón, porque soy de los que piensan que Dios viene de dentro, no de fuera, y está presente en todas y cada una de las criaturas, todas las criaturas son manifestación de Dios:

 

“Alguien me dijo que encontraría a Dios en la naturaleza. Y yo corrí hacia el mar; crucé campos y senderos, miré en espigas y en flores. Todos hablaban de Dios, de su poder, de su cuidado y esmero. Pero no vi a Dios, no estaba allí. Solo había noticias de Él, rumores y recuerdos.

 

Pregunta a los sabios de Dios, me dijeron otros. Busqué al místico, al teólogo y al lama. Acudí a templos y monasterios. Escuché santas ideas, comentarios, oraciones, sentimientos… Ellos vivían con Dios, pero yo no logré verlo.

 

“Dios bajó hace ya tiempo. Busca en los barrios, en la lucha del hombre por el hombre”, me sugirieron. “Busca en los hospitales, en las cárceles, en las chabolas…” Busqué y solo hallé recuerdos, recuerdos de algo que Él dijo, de interpretaciones, de ideas y sueños. Pero Dios no estaba allí. Se fue hace tiempo…

 

Entonces, desencantado, creí que no estaba en ningún sitio, o que estaba demasiado lejos. Y busqué en mi corazón otros asuntos; que Dios siguiera allá en el Cielo. Pero al adentrarme en mi corazón, entre injusticias y miedos, entre dudas, rencores y esperanzas, entre buenos y malos sentimientos, allí estaba Dios, sentado y esperándome. No estaba ni en la tierra ni en el cielo.

 

Fui corriendo a contárselo a la gente, a gritar al mundo mi gran descubrimiento… Y me encontré que Dios estaba en las montañas, en las flores y en los monasterios; en los barrios, en la cárcel, en las iglesias, en la Biblia, en los cines y en los cuentos. Resultó que Dios estaba en todos los sitios una vez que lo había encontrado dentro.”

 

Queridos amigos, se avecina una nueva Semana Santa, vivamos intensamente esta tradición centenaria, pero sobretodo, profundicemos en su significado.